por: Andrea López Estrada
María Paula Martínez, no sólo ha conseguido que viajar por el mundo tomando fotos sea su forma de vida, sino mezclar la fotografía con su pasión: escalar montañas, y además, documentar historias para ayudar a diversas ONGs. La fotografía de María Paula muestra los rostros y el día a día de lugares no tan comunes alrededor del planeta. ¿Cómo inició el viaje y cómo es la vida de alguien cuyo trabajo es ver el mundo desde otro ángulo?
Ahora estoy en Ulan-Bator en Mongolia, ya que el 19 de agosto empecé un nuevo proyecto aquí con Fotógrafos Sin Fronteras, PWB (por sus siglas en inglés Photographers Without Borders). Todo este viaje empezó porque me fui de corresponsal de PWB a Malawi a trabajar en una ONG llamada Drug Fight Malawi, en donde estuve dos semanas. Volé vía Londres y tuve la oportunidad de fotografiar una enorme manifestación en contra de la visita de Trump a Reino Unido. Entre estos dos proyectos decidí –ya que estaba cerca y las montañas son mi pasión, sobre todo los volcanes–, subir el Kilimanjaro, que lo traía ya en mente desde hace tiempo. Y se me presentó la oportunidad de hacer un safari en el Serengeti. Y de ahí volé a Corea, de paso hacia Mongolia y me salió una chamba de fotos en Seúl. Entonces me quedé tres días. Pero bueno, volviendo a tu pregunta exacta, ahorita mismo me encuentro en un cuarto de hotel en frente de mi computadora editando fotos para mandarlas.
¡Híjole! Creo que ningún día es ordinario [risas]. Me refiero a que básicamente ningún día es rutinario, más bien. Sobre todo cuando estoy en estos viajes. Generalmente, me despierto temprano y entreno, esté donde esté, si puedo correr, saltar la cuerda o hacer algo de entrenamiento físico para no perder condición y subir volcanes. Aparte, mi chamba, generalmente requiere de estar bien físicamente para aguantar, cargar, desplazarme, subir, bajar, etc. Desayuno y me voy a trabajar, o sea a tomar fotos al lugar que me toque ese día. Me adapto a cualquier cambio espontáneo. Y siempre que vuelvo descargo las tarjetas en carpetas en un disco duro y luego hago un respaldo en otro disco duro. Viajo con al menos cuatro discos duros conmigo. Dos para los proyectos nuevos a los que vaya a trabajar, uno de emergencia y otro con material mío por si me llegaran a pedir alguna foto de algún proyecto anterior. Y siempre digo y quiero dormirme temprano y descansar, porque generalmente termino molida, pero nunca lo logro [risas].
Después de que murió mi mamá mi vida dio un giro drástico. Un día mi papá me comentó, “deberías de comprarte una cámara, haces muy buenas fotos con el celular para Instagram”. Yo como buena hija rebelde me negué. Hasta que me llevó un día a la barata de la barata de la barata y me compré una cámara. Evidentemente no tenía la menor idea de cómo usarla, y me metí a clases a la Escuela Activa de Fotografía. “Tremendo lío en el que me metí” pensé para mis adentros cuando tuve que aprender sobre el ISO, las velocidad, la apertura, etc. “Yo sólo quería tomar simples fotos”, me dije a mí misma. Ahí, un muy querido maestro me echó la mano con un proyecto con el cual conseguí una beca para estudiar fotoperiodismo en París y Londres. Abriéndome camino me topé con PWB, con quienes me fui a la India a tomar un taller y mis fotos ganaron un premio, fueron publicadas y ayudaron a que la escuela de seis niños fuera patrocinada por seis años. Luego, me fui nuevamente becada a un curso sobre fotografía de guerra, que fue un entrenamiento militar por soldados de la Royal Air Force y tres fotógrafos de guerra. Posteriormente, me especialicé en fotografía submarina y filmamos un documental de conservación marina en abril de este año en el archipiélago de Revillagigedo que se estrenará muy pronto.
Como fotógrafa documental me enfrento con la vida tal cual es de la gente. PWB me manda siempre a lugares que necesitan ayuda, entonces la mayoría de las veces trabajo con gente que está pasando por situaciones de vulnerabilidad, desventaja, dificultad, etc. Yo estoy acostumbrada porque en México tengo una fundación con dos amigos, Anima-ars (www.anima-ars.org)y justamente trabajamos mucho, con gente así, por ejemplo, con niñas menores de edad que han sido rescatadas de trata sexual o laboral y están en un refugio hasta que los jueces dictaminen qué hacer con ellas ya que es muy difícil regresarlas a sus casas, puesto que es común que sea la misma familia las que las haya metido en eso. Y a través de un acercamiento artístico (invitamos a artistas de distintas disciplinas a dar talleres), tratamos de ayudarles a empezar a escucharse, reencontrarse y reubicarse en este mundo. Esto me ha ayudado a aprender a acercarme a gente así, y no sólo eso, sino que yo también pasé por situaciones muy duras y creo que ahora es el momento de yo poder retribuir con alguien a que tenga la misma oportunidad que tuve yo de salir adelante.
Sí me han tocado experiencias desgarradoras como los niños muriendo de hambre y frío en Malawi, mujeres con bebés y VIH. O las mujeres y niñas maltratadas en India. Sin embargo, sigo con el proyecto porque hay algo que siempre me sorprende y admiro mucho del ser humano, sobre todo de los niños, y es que a pesar de que estén pasando por una situación desesperante, siguen riendo, siguen jugando, son niños a final de cuenta. O las mujeres de la India cuando están entre ellas entran en confianza y se ríen y disfrutan de lo poco que tienen. Y cuando te quedas en un lugar y empiezas a ir regularmente, la gente se familiariza contigo, y se acercan más y se sienten cómodos y también empiezan a disfrutar de tu compañía. Y eso que creo que es súper motivador y esperanzador para ambos lados. A mí, eso me llena.
Una de las maneras que he encontrado yo para hacer las paces con este mundo que nos rodea y que a veces enfrento de manera tan cruda, ha sido subir montañas. Es mi manera de estar en contacto con el universo, de comunicarme con el mundo, de encontrar mi lugar. Representan mi templo, mi sitio sagrado para entrar en comunión con esta fuerza que nos rodea. Y sí, subí el Kilimanjaro. No fue nada fácil, fue todo un reto.
Para subir montañas, físicamente yo entreno mucho, de dos a tres horas por día cuando estoy en la CDMX y fuera trato de correr, no fumo, no tomo. Pero yo siento que para retos así el entrenamiento más importante es el mental. Subir a tanta altura, aguantar el frío, el viento, la falta de oxígeno, etc., es como correr un maratón. Yo he ido entrenando mi mente mucho por ese lado en las clases de yoga que tomo desde hace como 10 años, donde la maestra nos pone en posturas difíciles, dolorosas, cansadas, agobiantes, y nos hace permanecer ahí diciéndonos que esas posturas son más de paciencia que de fuerza física, como casi todo en la vida. Entrenándonos para cuando estemos pasando por una situación difícil, dolorosa, cansada y agobiante en la vida y no salgamos corriendo, sino que la recibamos, la abracemos y la dejemos fluir. Eso mismo es para mí subir una montaña, de hecho siempre voy repitiéndome la misma frase en mi cabeza. Con paciencia se prepara uno para algo así.
El siguiente volcán que subiré será el Monte Fuji en tres semanas que pasaré por Japón antes de regresar por fin a México. Pero se me antoja mucho subir el Cotopaxi, en Ecuador, que tiene más o menos la altura del Kilimanjaro, 5,897 msnm. También me encantaría hacer el Aconcagua de 6,962 msnm. Definitivamente quiero volver al Kilimanjaro a realizar un proyecto para filmar los glaciares que están cada vez más y más pequeños. Ahí de hecho se está cociendo un proyecto.
A través de mis fotografías busco ser los ojos para las personas que por cierta razón no pueden llegar a los lugares a los que yo he tenido la enorme fortuna de llegar. Que puedan ver lo que yo he visto. Crear un poco de consciencia sobre lo que ocurre en este mundo. Para poder actuar, uno tiene que saber. Y también para dar esperanza, de que todavía hay mucho, muchísimo por hacer en y por este mundo, mucho amor que dar y que recibir.
Es muy dual porque cuando no estoy, extraño mucho la Ciudad, pero cuando estoy, extraño estar en alguna misión fuera o en alguna montaña. Pero sí, extraño mucho estar en mi casa, cucharear a mi queridísimo gato Humo, extraño a mi familia, a mi papá, mi hermano y mi cuñada. Sobre todo, extraño cocinar, que es algo que disfruto mucho. Extraño ir a yoga, andar en bici por la Ciudad. Porque por más caótica que sea, yo amo la CDMX. Extraño a veces esa sensación de “hogar”.
Le diría que vaya cultivando la paciencia y el desapego. Y que si es realmente lo que quiere, que está poca madre, que le entre. Que abra su corazón para entre lo que tenga que entrar, pero también para que salga lo que tiene que salir.
Admiro, aparte de a mi familia, a la gente que no se rinde, que lucha por sus creencias, por sus sueños, por sus ideales. A la gente que no quita el dedo del renglón, a la gente que ha encontrado su propia manera de salir de las profundidades, que mete la pata y que la saca, que se cae y se levanta. A la gente que trata, que lo intenta y que aunque no funcione, lo vuelve a intentar.
Creo que lo más difícil es descansar. En mi caso me cuesta mucho trabajo estarme quieta, tengo una inquietud por conocer y maravillarme de todo lo que veo que me lleva a querer hacer más y más. A veces siento que no debo de perder el tiempo y aprovecharlo al máximo y olvido que el descanso es algo sumamente necesario. Irse tanto tiempo y a todos estos lugares no es fácil. Por ejemplo, para ir a Malawi, tuve que ponerme 7 vacunas (entre ellas fiebre amarilla), tomar una pastilla para la malaria durante 90 días (la cual sigo tomando). En un día estuve en cuatro países, cambié no sólo de horario, sino de estación, de meridiano de paralelo en 14 horas. Cargar con todo el equipo fotográfico, más equipo de montaña, más botiquín por si te llegarás a enfermar. En Tanzania tuve problemas en una muela y fue medio terrorífico ir al dentista allá. Pero si pongo las cosas sobre una balanza, el gozo, el placer y todo el aprendizaje vale todas las dificultades que se han presentado en mi camino.
Lo que más me gusta es aprender. Como lo he dicho anteriormente, esa capacidad de asombro ante lugares, personas, costumbres, creencias, maneras de vivir, de comer, de todo tan distintas que las nuestras, que lo que acostumbro. Conocer, abrir el corazón, los sentidos, todo es un enorme aprendizaje. Pero lo que más me gusta de todo, es poderlo compartir a través de la foto, de las historias. Todo lo que yo hago es para compartirlo. Si no lo pudiera compartir y los demás no lo pudieran disfrutar, no tendría ningún sentido. Es poderlo ver, presenciar y vivir, y entregarlo para que los demás también lo hagan.
Pueden conocer las historias que María Paula comparte a través de su cuenta de Instagram: @maripomartini