Esta pequeña crónica debía salir el lunes.
Asumo la responsabilidad del atraso en estos tiempos en que las cosas chingonas se diluyen con las novedades en los timelines personales.
Pero las cosas se complicaron apenas empezó la semana: reportes inesperados, contratos urgentes sin firmar, lo que implica atrasos en los pagos de por si atrasados, textos que debían ser anticipados según el chantaje de uno que otro editor. Bomberazos a los que nos enfrentamos los freelancers cuando tenemos que perseguir la chuleta con tal de no llegar a final de mes sin gas y sin latas de atún.
También hubo por ahí favores inesperados, como ir en búsqueda de la primera tabla skate de mi hermano. Vive entre la Ciudad de México y Puebla y teníamos el tiempo limitado para visitar tiendas y encontrar la adecuada para su edad y condición. Quedó fascinado con las acrobacias que hacian los skatos en las rampas que montó Vans en en la médula del Frontón México recién remodelado como sala de conciertos.
Era el mismo día en el que Plastilina Mosh y Molotov nos recordarían porqué son de las grandes bandas de rock nacional, por sus relajientas guitarras que lograron capturar la euforia más festiva de los noventa y lanzarla al espacio donde el tiempo es lo de menos, siempre y cuando haya una cerveza flotando por ahí, junto a un cometa desmadroso.
El cartel del primer día de House of Vans me puso bravuconamente nostálgico.
Mi carnal dijo, con su dicción trabada, que sus SK8-Hi estaban incompletos sin una tabla de skate. Él tiene Síndrome de Down y más o menos sabía de lo que se trataban las patinetas, pero creo nunca las había vivido tan cerca y con toda esa buena onda y camaradería flotando en el aire. Apenas llegamos, los de seguridad, los compas de Since66, los millenials con su necesidad de dejar registro en las cuentas de sus decenas de apps, los patinetos, saludaban a mi carnal como alguien de la pandilla y quizás para muchos pueda sonar como un choque de puños de un sábado cualquiera.
Pero para mi hermano y los que convivimos con familiares con capacidades diferentes, esto significa una asombrosa diferencia. Sentirse parte de la pandilla, a mi carnal, le genera un tremendo lazo de pertenencia e integración. Por ahí fuimos a comprar pizzas y stickers y hasta preguntar sobre tatuajes en el área del mercadito pero mi carnal insistía en seguir viendo a los skatos haciendo piruetas y volando por los aires.
Nos quedamos un rato para ver a los ganadores del Sessions de Vans, No Wrong Numbers y cuando le pregunté a mi carnal si quería irse y se negó rotundamente. Le gusta la fiesta. Pero mi jefa y yo discutimos sobre que tan buena idea sería que nos quedáramos de pie más tiempo, lleva unas cuantas semanas en su primer empleo cocinando pasteles y galletas.
Y Vans lo inspiró a gastarse algo de su sueldo en una tabla que dice empezará a usar el fin de semana siguiente al House of Vans.
Poquísimos encuentros, como los de House of Vans, tienen, de forma auténtica, este sentimiento de inclusión y tolerancia.