En el pasado Festival Internacional de Cine de Los Cabos se proyectó la película Skate Kitchen, dirigida por Crystal Moselle, de quien hace no mucho pudimos ver el documental Wolf Pack, en el que retrataba a un grupo de hermanos que a lo largo de su vida habían vivido encerrado en el departamento de sus padres.
La nueva película de Moselle cuenta en cierta forma con ese toque documental íntimo pero es al mismo tiempo una ficción con características más que interesantes. Alrededor de la cultura del skate esta película era una de las más esperadas este año al lado de Mid90s, de Jonah Hill.
Aquí les dejamos la crítica de Erick Estrada a Skate Kitchen.
Skate Kitchen
Skate or Die
Por Erick Estrada
En Nueva York atardece de nuevo y Camille, a bordo de su patineta, cabello al aire y actitud a tope, hace un mal giro y la tabla le juega una mala broma. “I was credit carded” le cuenta más tarde con doloroso humor femenino a un grupo de amigas, las chicas de la Skate Kitchen, pata tratar de describir lo que le ocurrió.
Camille sangra entre las piernas y tiene que combatir primero el dolor y después la vergüenza de ser vista con una herida como esa en un mundo machista como éste. Al llegar a su casa su madre le ordena dejar de patinar y ella decide obedecer, pero no por mucho tiempo. ¿Le ordena quizá que deje de crecer?
El paso firme a la madurez que para las mujeres representa el despertar sexual, el aviso de su fertilidad, ha sido retratado de cientos de formas a través de otro tanto de películas, la más dramática de ellas, probablemente, Carrie (EUA, 1976) de Brian de Palma, en la que la chica en cuestión descubre con ese despertar una serie de poderes con los cuales puede revertir el daño que el mundo le ha hecho y después tomar la vida en sus propias manos.
Crystal Moselle, sin embargo, elige una especie de fábula adolescente en la que la anécdota está en el rodar de las patinetas de sus personajes. Esos personajes son, por cierto y de manera afortunada, una pequeña selección de estereotipos que le ayudarán a dibujar las emociones de Camille, su objeto central de estudio.
No malinterpretemos. Camille, la superficie misma de Skate Kitchen, es un personaje atractivo y sincero en su sencillez, pero es un personaje al que se le obligará a transitar al siguiente nivel desde el dolor de su herida al arranque de la película hasta una soledad tan típica de la adolescencia como estupendamente retratada en la película. En otras palabras, Skate Kitchen es un paseo en patineta que de recorrer las calles y sus dificultades, se transformará en una lección de vida para un grupo de chicas skaters que encontrarán en las patinetas el elemento de rebelión ante un mundo (en este caso una ciudad) que suele ignorarlas e incluso oprimirlas.
Camille rompe la promesa que le hizo a su madre y consigue una nueva tabla cuando ella la reprende. Skate or Die se dice en el grupo de amigas que hace precisamente al romper esa promesa, un grupo de chicas que igual que Camille van en busca (y aquí la patineta es el vehículo real y metafórico de esa búsqueda) de sus propias respuestas mientras esculpen su identidad enfrentando a los chicos que creen que patinar es cosa sólo de hombres y que su territorio debe ser respetado.
A ello hay que agregar un tono casi documental, lejano de una ficción más tradicional que le permite a Moselle abrir espacio para que sus personajes hablen y discutan, para que enfrenten ideas y argumentaciones que es, sencillamente, lo que los adolescentes hacen todo el tiempo: buscarse.
Para Skate Kitchen, entonces, la patineta es un vehículo de liberación y al mismo tiempo uno de rebelión que lleva a estas chicas a defender sus posturas en el mundo hipermasculino de la actualidad: “entonces Dios es mujer” le suelta Kurt (esplendorosa Nina Moran) a un desprevenido joven macho en potencia para terminar una sexista conversación potenciada en marihuana y para, al mismo tiempo, dejar marca y hacer una declaración de principios: el feminismo se ejercita.
Al ser la patineta liberación y rebelión el camino de Camille -enamorada de la libertad física y creativa que le da su tabla- experimentará las consecuencias de ambos términos en carne propia, aquí retratados con una naturalidad benigna, sin morbo, sin tremendismos. El conflicto de Skate Kitchen es emocional y la patineta es el símbolo del rompimiento. Camille resiste hasta el final las decisiones de su rebelión, se aísla en ideas y pensamientos mientras también se despoja de todo lo que ha cargado hasta ahora para hacer una revaloración de lo que realmente necesita.
Ese conflicto emocional -si bien cuenta con una minúscula anécdota- es comunicado por Moselle en secuencias libres y abiertas que muestran a estas chicas patinando las calles del Nueva York contemporáneo, rodando y sintiendo, jugando sobre cuatro ruedas, resistiendo ante un mundo que podría descuartizarlas en un instante. Camille lo averigua con sacrificios hasta que, en un giro humano y completamente comprensible, decide desandar algo del camino.
Moselle consigue equiparar la idea física de Camille con su heridas sentimentales y en un acierto de guión, le susurra a su personaje una conclusión sana y consecuente, que alegra aún más a la película y redondea sus tonos dorados y su aparente ligereza: la patineta que te saca de la casa es la misma que puede traerte de vuelta. La vida es patinar o morir.