A ojo de vecino común, la vida de Aristóteles Lozano no podría ser más envidiable, su a veces ingrato oficio como crítico literario (para evitar desgarradores encontronazos típicos del hinchado ego del escritor, firma con seudónimo) le reditúa tanto como para deslizarse en una cotidianidad desahogada, tiene una novia, Julieta, guapa y talentosa, promesa de las letras femeninas, y un simpático perro remata la postal de una pareja creativa y moderna.
Pero esto no es una canción de amor, diría John Lydon. Y el día menos esperado, un extraño y fantoche vecino aparece en su vida. Cristobal tiene toda la pinta de ser uno de esos charlatanes que somatizan su fracaso y mediocridad haciéndose pasar por elegidos cósmicos capaces de iluminar a los desviados de la verdad. Cualquiera con unos cuantos gramos de sentido común podría darse cuenta, pero no Julieta, quién encandilada por los sermones de este chamán de quinta, decide seguir sus enseñanzas huyendo con él y hasta llevándose al perro, abandonando a Aristóteles, dejándolo a su suerte y a merced de una soledad inesperada e inexplicable, vacía y tremendamente desconsolada.
La normalidad, como la conocía Aristóteles, quizás insípida y aburrida, pero equilibrada al final del día, se va al carajo.
“En las calles de esta ciudad, no te pares a buscar los secretos de las despedidas” dice Miguel Bosé.
Como era de esperarse, Aristóteles no piensa quedarse de brazos cruzados. Su vida, anclada es esa a veces tan anhelada estabilidad, tiene un claro objetivo que arde en llamas; sólo tendrá cabeza para cumplirlo a como de lugar: cobrar venganza.
Luis Muñoz ha escrito una de sus novelas más ambiciosas, odisea que sabe a road movie, sobre la inevitable pasión que es la venganza y que a todos nos ha invadido aunque sea a distinta velocidad, por lo que no será difícil evadir los retortijones del coraje. Además, Luis no tiene empacho en cercenar la caricatura del mundillo literario, con todos esos egos hambrientos de reconocimiento y aplausos, pero de inteligencia emocional más bien torpe y mimada.
A propósito de esta novela, lacerante y agridulce pero de satisfacción retorcidamente garantizada, recién lanzada al mundo de las novedades editoriales, el Vans Book Club se acercó al buen Luis Muñoz para charlar sobre desamores, orgullo y pequeñas venganzas…
Foto: CARINA PÉREZ GARCÍA
¿Que te inspiró a escribir esta novela? ¿Traías una venganza pop ahí atorada?
Pues no tanto así, aunque, para darle veracidad a la novela, si tuve que preguntarme; ¿Porqué me vengaría yo? ¿Que tendría que pasarme para que despertara en mí un sentimiento de venganza? Si me pasara lo que el personaje de mi novela, Aristóteles, que un cabrón me bajara a la novia, mi lana y hasta mi perro, ¿dejaría todo para vengarme? Yo creo que no. No… lo… se… del todo. Habría que estar ahí para averiguarlo y ojalá nunca pase la verdad. Pero si tuve que construir la posibilidad de que fuera creíble, que este tipo poco apasionado, apocado y cobarde, pusilánime, de pronto tuviera una misión en la vida, y eso es la venganza. Pero también he de decir que la novela vino del lugar menos esperado: mientras estaba trabajando en una novela para el FONCA, estaba leyendo un libro de sociología sobre el estudio de la humillación en la historia, y en él, había un capítulo sobre la venganza, y eso me llevó a pensar en personajes de ficción relacionados con la venganza; después, me puse a leer muchos libros sobre la venganza, cosas como El Conde de Montecristo, Moby Dick, y sobretodo El último encuentro, en el que Sándor Marai aborda la más sutil de las venganzas, porque ahí demuestra que el mejor ejercicio de la venganza es cuando no dejas muy claro como lo harás, creo que una de las venganzas más tontas es cuando te dejas llevar con cosas como el ojo por ojo; la cosa se pone bien interesante cuando vas a decidir cómo te vas a vengar, y lo genial de El último encuentro es que se pasa ¡toda la vida! pensando en como se va a vengar, lo que quiera es enfrentar a su rival y actuar en consecuencia, y, en el último minuto, cara a cara, decide no vengarse, o si, creo que no lo sabemos porque la venganza es tan íntima a veces, que tú no sabes si alguien ya se vengó, o no… Verás, esta novela es de las que más tiempo me tomó, que más reflexioné. La más cuidada, porque mientras la escribía fuí descubriendo cosas. Y esto es lo fascinante de la literatura, que te permite descubrir cosas de ti mismo que muy probablemente desconocías, y también del mundo. Creo que repercute bien en la obra.
Tu eres una pluma conocida por tus ensayos que diseccionan las contradicciones de aspectos como la moral y la ética, ¿tuviste algún problema al tratar la venganza que en si misma carga con tremendos problemas éticos y morales?
El escritor Luis Muñoz te dice que la venganza no es aceptable y que debemos desterrararla del mundo, porque la venganza puede repercutir es tragedias como asesinatos o los feminicidios, muchas veces derivados de venganzas provocadas por celos y eso me parece una estupidez. Si alguien te deja y se va con otro… pues… pues… pues… te la tragas cabrón, no vas a ir a vengarte. Sin embargo…
¿Sin embargo..?
La venganza es un sentimiento, y una pasión humana. Mis novelas que escribo y que escribiré, siempre tendrán que ver con una aproximación de las pasiones humanas, buenas unas, oscuras otras. En este caso, la pasión es oscura. Pero si te das cuenta, en la novela, también se desdobla otra pasión tan iluminada que raya en lo místico. Una cosa es cierta: que mientras seamos humanos, la venganza nos va a acompañar. Porque si lo pensamos fríamente, los animales no tienen impulsos de venganza porque desconoces de conceptos como el honor, recuerda que la venganza tiene que ver con resarcir el honor…
Mientras leía la novela, pensé que quizás la venganza que se propone Aristóteles además de macerar el orgullo, también es una oportunidad inesperada de romper con su rutina, después de todo y por momentos, pareciera que es algo así como un Godín de las letras…
Tienes toda la razón, la venganza encaja perfectamente en algo que Aristóteles necesita y es darle movimiento a su vida. El gran descubrimiento de este personaje, y creo que de todo aquel que se fija una gran venganza como proyecto de vida, lo que logran es que la venganza se convierta en el sentido de la vida. Date cuenta de algo muy curioso: por un lado, criticamos la venganza, decimos que es una de las influencias más sombrías del ser humano, sin embargo, también es una motivación para ser grandes personas, como le pasa al Conde de Montecristo, que pasa de ser un marinerito cualquiera, para convertirse en un conde inaudito, sabio y cabrón. Y algo similar le pasa a mi personaje, toda proporción guardada, digo, no se convierte en un conde, pero si se transforma en un tipo con más cojones para enfrentarse a su vida, y eso ya es bastante…