Dicen que planear algo (viaje, fiesta, proyecto, lo que sea) es la parte que más se disfruta…creo que eso se debe a la expectativa que genera la espera del momento cumbre; yo por eso, prefiero planear mis itinerarios casi cuando estoy por emprender la expedición. Así lo hice la primera vez que fui a Nueva York (finales de agosto, apenas). El único objetivo que tenía en mente para entonces, era detenerme un poco, fijarme en los detalles… sin saber cuáles serían, la luz llegó a mi pensamiento durante la primera noche, en un semáforo en rojo, literalmente.
Mientras esperaba en la esquina de la 7th avenida me percaté de un común denominador, de una obsesión por las luces neón de los neoyorquinos y, su necesidad perceptible de anunciar lo que hay dentro de cada local: letras que se distinguen a metros de distancia.
Coffee, ice cream, Open 24 hours, fresh, cigarettes y hasta un hilo con aguja, los letreros se suman a la contaminación lumínica que impera en la gran manzana, la ciudad que nunca duerme, la que nunca baja el interruptor. No es que me moleste este tipo de decoración, todo lo contrario, me encanta, quisiera tener una en mi recámara. Este elemento urbano me impulsó a realizar un registro fotográfico de las brillantes palabras, para llevarlas conmigo ,como un preciado recuerdo, uno que no pude comprar en ninguna tienda de souvenir y que ahora quiero compartir con ustedes.
Desde que las imágenes se almacenaron en mi carrete, se convirtieron en referencias para aquel día en que regrese a NY:
Se cree que fue en 1902 cuando el físico francés Georges Claude creó el primer letrero neón; luego, por ahí de 1910 se presentó en un Paris Motor Show.
Además de las fotos, me detonó indagar cómo es que se elaboran y supe que este tipo de anuncios suceden mediante la descarga eléctrica en un tubo sellado y con gas neón; se pueden obtener más de 10 colores que varían según la presión del gas dentro del tubo.
Espero que la próxima vez que regrese a NY me encuentre con estos letreros, sino es que más… espero que puedan ser mi guía de regreso a lugares como este, en el que encontré mi nuevo sándwich favorito: pan francés con huevo, tocino frito, quesito americano y un agradable cajero que cambia de idioma cada cinco minutos.