Probablemente mi escena favorita de Kids, la escandalosa y pervertida y efebofílica cinta de Larry Clark de 1995, es aquella del parque, cuando Telly, Casper y su pandilla multiétinca de vatos y chicas en el punto de ebullición de la hormona y la moda raver a mitad de la última década del milenio, matan la tarde inhalando solventes, coqueteando con las morras. Patinando, medio sacando ollies, tirando bullying. Justo antes del violento clímax, cuando la hermandad adolescente se abalanza sobre un chico negro hasta dejarlo inconsciente, el ojete de Casper hostiga a dos tipos de pinta industrial que caminaban agarrados de la mano, ¡Miren a esos maricas!, empiezan a gritar al unísono… Lo que me fascina de ese momento es que a la pareja de novios nunca se les ocurre echarse a correr o buscar a la policía, se detienen para increpar a la muchedumbre juvenil, que no eran pocos. La cosa no se hace sangrienta porque uno de los novios convence al otro de que no haga caso, después de todo, son unos chiquillos. Kids.
Lo fascinante, para mí, de esos escasos minutos, es el crudo ejemplo de la homofobia cotidiana, que parece inherente a la historia de la homosexualidad y por ende, de la humanidad, pero también la actitud de los gays dispuestos a defender su putería hasta con los dientes.
¿La homofobia es una guerra?
Difícil contestarlo. Sobretodo cuando en las noticias, de México y el mundo, los reportes de crímenes de odio por homofobia ni siquiera ocupan la misma jerarquía que otras muertes. Tan sólo en México, según datos de la Asociación Mexicana Letra S, SIDA, Cultura y Vida cotidiana, registra que de 2013 a 2017 ocurrieron 381 asesinatos motivados por homofobia y transfobia.
Sin tomar en cuenta que los homosexuales pasamos por nuestra propia guerra interna. Como salir del closet. Ese terrible momento en el que no sabes si tus padres, tu familia, tus amigos, se convertirán en tus aliados o tus enemigos cuando descubran que tu sexualidad que no cumplirán las expectativas que sobre de ti tenían puestas.
No es fácil. Quizás por eso muchos postergan el momento de salir del clóset hasta futuros complicados. Brian Anderson, el famosísimo skater oriundo de los barrios suburbanos del Queens newyorkino, lo hizo hasta los 40 años. No es que antes se pasara el tiempo fingiendo con novias y rezando el rosario. Era fotografiado con chicas, y actuaba con esa fanfarronería machín que a veces caracteriza a los skatos; pero en determinados momentos se escabullía al submundo gay para expulsar su homosexualidad a escondidas del ojo público y del ambiente y las fiestas skate, tan contracultural como machista y algo misógina. Para prueba, aquella escena de Kids. Llevar una angustiante doble vida le orilló a refugiarse en el acloholismo, y todo ese tormento quedó plasmado en el documental Brian Anderson in being a gay professional Skateboarder de Vice Sports.
No obstante, el año pasado Anderson decidió enfrentar sus demonios y la posible homofobia del gremio de las tablas sobre ruedas e hizo pública su homosexualidad, llevado el mundo del skateboarder a un nivel un poquito más alto rumbo a una utopía en la cada quien puede ser como quiera sin que tenga que ser linchado y expulsado por ello.
Hoy Anderson es un cuerazo de 1.90 que de algún modo vive su doble leyenda, la de rockstar recurrente en las portadas de la Trasher, por quien fue nombrado SOTY en 2003, y ser el primer skater abiertamente homosexual. Algo a los que sus compañeros han tenido que acostumbrarse con reservas. No ha sido fácil. Pero ya no es un obstáculo. Anderson recicla esta reticencia cultural e intolerante, para encausarla a una campaña activista que ademá de sensibilizar a los militantes bugas de la patinetas, hombres y mujeres, exhorta a su ver al colectivo LGBTTTI a subirse a la tabla, revolucionando los paradigmas de la cultura skate y los clichés que tanto nos persiguen a los gays, reduciéndonos a un puñado de consumistas histéricos adictos al gym y el circuit music.
Brian Anderson no es el único, en pleno 2018 muchos patinetos insisten en llevar una doble vida a pesar de que la apertura ya está dada. México ha hecho su necesaria aportación con la cinta Te prometo anarquía de Julián Hernández cuyos personajes principales recaen en una pareja de skatos gays.
Así que un buen plan para recordar la lucha contra la homofobia que el 17 de mayo celebra su día mundial, sería subirse a la tabla y cambiar los ejes de su homofobia y rodar sobre el arcoiris.
Acá te dejamos dos de sus videopartes clásicas:
Su Yeah Right!
y su Welcome to Hell: