“El Pericazo Sarniento (Selfie con Cocaína)”
Carlos Velázquez, editorial Cal y Arena, 2017
“En El Perches, El Bordón me aventó una cerveza al pecho porque tuvimos una discusión sobre quién era el mejor baterista del rock de la historia. Yo decía la verdad: Keith Moon. El Bordón neceaba que Jon Bonham. Me le tiré por encima de las cervezas como tacle. Era de esperarse que perdiera la virginidad gracias a una cantina. Yo ya había tenido acercamiento sexual con una vecinita. Mientras tanto, mi única mujer era la coca…”
Cualquier parecido con El periquillo Sarnieto de José Joaquín Fernández de Lizardi no es mera coincidencia. El juego literario es parte de la carrilla. Decía el escritor Sergio González Rodríguez (1950 – 2017) que después de Velázquez, la literatura norteña Hecha en México no volvería a ser la misma. A no pocos hacedores de letras, la descripción les hubiera quedado guanga y desproporcionada. Un halago que no cualquier escritor es capaz de cargar con sobriedad y sensatez. El ego de quien firma un libro suele ser vulnerable al gas invernadero, luego entonces, el aplauso se convierte en condena, o sentencia, cumplir y superar las expectativas en donde decepcionar no es una posibilidad.
Pero Velázquez supo administrar el elogio. Prefirió seguir tecleando rudo que masturbarse con reseñas que sólo a los débiles de espíritu les altera los neurotransmisores, como bien escribe el Carlos: “Nada le ocasiona más prejuicio al adicto que las historias de éxito. Observar a Maradona levantarse de la pobreza es aniquilante. Nada es tan inhumano como sembrar la semilla de la esperanza. Te embruteces de entusiasmo. Incluso te das el lujo de atesorar fe. Hasta que un día comprendes que a ti no te ocurrirá…”
En la desesperanza radica la lucidez. Velázquez escogió ese punto de partida para escribir el que hasta ahora es su libro más pulcro, fastuoso y admirable, por la forma en como supo dar fiel continuidad a esa literatura norteña que no volvería a ser la misma de acuerdo con González Rodríguez, pero también por la cruda honestidad con la que Velázquez nos permite entrometernos en su relación íntima con a la cocaína. Decirle adicción sería simplista, chaqueto y tan conformista como cualquier título de superación personal.
En las crónicas personalísimas de El Pericazo no hay moralejas ni chantajes lacrimógenos, Velázquez recuerda la pobreza en la que creció, sus primeras caguamas, trabajos y retas de basquet con dignidad de acero, cínica y desafiante, nutrida con valentía norteña: “Un componente vital de la adicción es la terquedad. Y en ese campo los norteños nos distinguimos. Es una maldición. El norteño es el que baila con todas; el que nuca se cansa, el que nunca se cae. Si no te ha derrotado el desierto nada tiene derecho a hacerlo, Combínalo con cocaina y tendrás a Marv de Sin City” dice el Carlos. Aunque yo no pude contener las lágrimas en lo que para mí es la mejor crónica del libro, The drug life and fast time of El Pájaro, melancólico mash up entre Stand by me y The Goonies, pero ambientado en el árido norte mexicano. Quizás el hecho de que sea puto, y lagunero, tuvo que ver con la chilladera. En un tono heredado por el periodismo gonzo de Hunter S. Thompson a quién Velázquez rinde merecidos homenajes entre su pluma y un destacado playlist de rock que bien podría considerarse otra adicción.
Son crónicas que son anécdotas y cavilaciones sobre la cocaína rodeada de familiares que uno no escoge, amigos y novias y amantes que desplazan un mapa personal con las líneas de coca como carreteras con intersecciones a otras sustancias. La forma en como se burla de los pachecos y su torpeza al ponchar cigarros es de antología. Y lejos de romantizar la grapa, glamurizarla o enarbolándola con apologías, no se hace pendejo y pone en la mesa, junto con las líneas de coca listas para inhalarse, temas como el narcotráfico, el consumo con la llegada de los Zetas a Torreón y el derrame de sangre y pesadillas cercenadas derivadas de ese acontencimiento del que la Comarca Lagunera nunca volvería a ser la misma.
La coca instalada casi como un marcapasos, desde la primera esnifada, los entrañables amaneceres, las explosiones de placer o las inevitables pesadillas. Y tragedias. Porque las reglas son claras com el polvo más puro y sin rebajar y a pesar de todo, la fidelidad de Velázquez a su condena es heróica, porque Incluso en los momentos de taquicardia, en las salas de urgencia o polaroids suicidas, la rehabiltación sale sobrando porque: “Si algo tiene el infierno es que siempre está dispuesto a rescatarte”.
Y para prueba de salvación, este libro.