“Yo bailaba cuando tenía doce…”
Simon Reynolds: Como un golpe de rayo, el glam y su legado de los setenta al siglo XXI.
Caja Negra, 2017
¿Qué pasó entre los Beatles y la llegada del punk? Si, bueno, varias cosas, los Rolling, los Beach Boys, ¡los Velvet Underground! Los Kinks, los Zombies, Angélica María y Enrique Guzmán, Sandro de América… El rock pareció desdoblarse en dos vertientes: la psicodelia y el virtuosismo que a su vez fue el germen del rock progresivo, una especie de secuela del hippiesmo.
Y de repente, un puñetazo en la jeta. El punk. Perforando orejas con seguros para la ropa y rompiendo cristales y pateando botes de basura o cualquier cosa que se le atravesara a las botas industriales.
¿Sólo eso?
Algo falta, como si el rock tuviera un eslabón de su historia perdido en la amnesia o el misterio, como la adolescencia de Jesucristo.
La respuesta siempre estuvo ante nuestros oídos. Y muy importante: nuestros ojos. Sólo que era tanta la lentejuela y el exhibicionismo andrógino, que ubicar ese eslabón en su momento histórico es confuso, quizás hasta innecesario. Porque fue un estilo en que como nunca antes en la historia del rock, era más importante el drama del escenario que la rebeldía y la búsqueda de la honestidad o cualesquiera que hayan sido los valores del rock antes del movimiento que cimbró incluso al rock mismo, de por sí considerado iconoclastas y causante de la desestabilización juvenil, el glam:
“el glam rock fue la primera revuelta genuinamente adolescente de la nueva década (los setenta)” escribe el renombrado crítico musical británico Simon Reynolds en su nuevo libro, Como un golpe de rayo: el glam y su legado de los setenta al siglo XXI (editado al español por Caja Negra) un nutrido y obsesivo ensayo que excava en todo el caldo de cultivo que cosechó uno de los géneros, y movimientos, más fascinantes del rock, por su cínico desafío a los convencionalismos sociales, incluyendo los del rock mismo.
Un estilo que se caracterizó por las electrificantes y endiosadas contradicciones de sus protagonistas, todos hombres enfundados en una androginia extravagante y maquillada con kilos de pancake, purpurina, rimel, billet, pelucas, la vital brillantina, oxígeno del glam, y plataformas como rascacielos que sin lugar a dudas fueron las primeras piedras de la cultura drag, hoy meca del mainstream gay gracias al reality de RuPaul, aspectos que algunos rockeros ya consolidados tomaron casi como un insulto, pero, según Reynolds, la diferencia entre generaciones rockeras estribaba en que “El glam celebraba la ilusión y la máscara en vez de la verdad y la sinceridad… el glam llamaba la atención sobre su propia falsedad. Los intérpretes exhibían un comportamiento déspota, dominaban al público (al igual que cualquier verdadero artista del mundo del espectáculo) ”.
Y es que a pesar de toda la apropiación femenina, sus cantantes no disimulaban el machismo insaciable que presumían con la misma altanería con la que sacudían sus hombreras o sacaban acordes de riffs espaciales, funk blanco y rockabilly, con Marc Bolan a la cabeza, combinación de la bravuconería de Pepe el Toro con las plumas de Marlen Dietrich o Bette Davis al frente de T. Rex: “Bolan fue la chispa que encendió la explosión del glam y que no tardó en encontrar compañía. La insurrección plástica de The Sweet. Gary Glitter y su bárbara candidez. Slade, con su ritmo y aullidos exultantes. La brillantez de Wizzard, a fuerza de cornos y tinturas para el cabello. El sonido juguetón y las poses amaneradas de Roxy Music. Alice Copper, demoníaco flautista de Hamelín. El histrionismo provocador de Sparks. Y, en medio de todos ellos, David Bowie llamando a dominar la década, como los Beatles lo habían hecho durante los sesenta, la permanente presencia de una elegante rareza en los rankings del pop”.
Rareza que derivó en una secta de eufóricas groupies mujeres que hicieron de los rockeros glam, semidioses capaces de despertar las primeras fantasías eróticas de esas adolescentes en pleno hervidero hormonal.
Cómo un golpe de rayo retrata, por medio de biografías, a los artistas que hicieron posible el género, analizando con ese estilo melómano y filosófico de Reynolds, sus raíces, sus barrios y frustraciones y desmedidos anhelos detrás de esas reinas al mismo tiempo cabrones fanfarrones que hicieron posible que este género tuviera la misma propulsión, estruendosa e incendiaria, de un cohete rumbo a la luna o Marte o Venus o Plutón, porque el glam, según Reynolds, fue como un baile de máscaras:
“Ídolos del glam como Bowie, Alice Gooper, Gary Glitter y Bryan Ferry entre otros, hicieron suya la noción de que la figura que aparecía sobre el escenario o en un disco no era una persona real, sino una persona construida, una que no necesariamente guardaba una correlación alguna con el verdadero yo del artista o con su manera de ser en la vida cotidiana”
Es un libro tremendo, que aunque pesado (literalmente, casi 700 páginas) sus capítulos se van como esmalte de uñas evaporándose entre el hedonismo y la fantasía. Y como no podía ser de otra manera, es un minucioso soundtrack sobre este efímero pero seminal género que para Reynolds, tuvo una actitud que serviría para definir no sólo los siguientes pasos del rock altamente endeudados como el glam, como el punk, el post punk, el dark, el gótico, el new wave cuando menos, sino de la cultura pop en general.