Para que la cruda del #VansRoyalSideStripe no pegue tan duro, el buen Wenceslao Bruciaga nos trae la reseña de The Impossible: Rodney Mullen, Ryan Schekler and The Fantastic History of Skateboarding de Cole Louison – a quien GQ ha llamado “David Foster Wallace en patineta”.
Hace algunos días, las CDMX fue testigo del #VansRoyalSideStripe, el regreso del torneo de skate mexicano más relevante, al que se dieron cita prodigios de las tablas, sus grupies, chingadazos, seguidores de los deportes extremos, edecanes y los infaltables posers que sienten que su respiración no vale nada si no se sacan selfies en los eventos más importantes.
Pero, ¿por qué un vato sobre un skateboard haciendo piruetas logra convocar tendencia, moda, deporte, música al mismo tiempo y no se queda en un acto circense?
Porque la patineta no sólo es un vehículo que sirve para transportarse y desafiar la gravedad e impactar a las chicas y uno que otro gay. Desde su invención, se ha convertido en la insignia clave de la simbiosis entre el deporte, la cultura y el pavimento, un ejercicio cuya historia está ligada intrínsecamente al proceso urbano, a diferencia de otros deportes, el skateboarding es un hijo directo de la arquitectura de las ciudades, el concreto, el smog, la inconformidad, las psicinas abandonadas, los terraplenes percudidos y grafiteados. Es quizás unas de las apropiaciones más honestas de la ciudad sin la pedantería y la mercadotecnia de las intervenciones artísticas tan de moda en estos días.
“El Rolly Derby Skatboard debutó en 1959 con un costo de un dólar y 99 centavos, en ese entonces era una estrecha tabla de madera con los ejes y las ruedas hechas de metal” recuerda Louison. Después vendría la popularización en 1962 mediante la tienda Val Surf Shop al norte de Hollywood cuando su propietario, Bill Richards, ofrecía una especie de tablas de surf con ruedas que se popularizaron rápidamente.
Me gustan las patinetas y patinar. Empecé porque en Torreón no había mucho que hacer a principios de los noventa, veía porno, buga porque el porno gay era más difícil de conseguir que un gramo de coca. Tampoco había muchas revistas con desnudos para homosexuales. Leía la Trasher Magazine que llegaba con tremenda puntualidad a la famosa tienda de Revistas Juárez en contraesquina del Palacio Municipal. Quizás por eso desarrollé una fetichista atracción por los patinetos, es decir, los vatos que le dan a la tabla tienden a formar unos músculos pornográficos distinto a los mamados de los gimnasios. Y las cicatrices de tanto madrazos me resultan sexys. Lástima que son contadísimos los skatos putos. Pero no me importa. Me la jalo igual.
También quería imitar los pasos de mi ídolo J Mascis.
Lo cierto es que es el día de hoy en que sigo dándole a los ollies o nollies, esas raras mañanas domingueras en las que el amanecer no me agarra saliendo de una orgía con los labios morados de tanto poppers. De hecho, una de esas sudorosas madrugadas orgiásticas conocí a un tipo con el que intercambié teléfonos y mensajitos románticos que básicamente encriptaban la propuesta de volver a coger. Le propuse acompañarme a patinar al Centro Cultural Universitario y después de unas horas me dijo que ya estaba algo huevón para andar partiéndome la madre intentando sacar un crooked grind, “este pendejo seguro no ha visto el video Tiny de Dinosaur Jr en el que J Mascis sale haciendo ollies con 51 años y su larga cabellera teñida de canas” pensé.
“En persona, (Ryan) Sheckler se ve como todo un atleta profesional y un supermodelo. Así, al mismo tiempo. Tiene un cuerpo cincelado, bronceado, ojos color verde dorado, pelo suave que quieres tocar, y una cara que reluce en el aire de su alrededor. Pero ahora no se ve así. Ahora está en el cardiaco borde de un denso roll-in en curso, con la apariencia de un compromiso eliminado, ha visto un montón de cronómetros y tablas y semáforos y panfletos y stickers y regalos de sus patrocinadores que ha recibido desde que empezó a patinar profesionalmente, a los diez años de edad – Sheckler es un patinador ya anciano – lo describieron hace poco. Apenas tiene 26 años” escribe Cole Louison en The Impossible.
Sheckler
Louison no es un patinador profesional pero lleva años escribiendo de patinetas y patinadores para la Vineyard Gazette o la GQ gringa y con sus conocimientos ha escrito y publicado The Impossible, un libro que toma como pretexto el competitivo perfil de dos superestrellas de la patinetas, Rodney Mullen y Ryan Schekler, antagónicos entre si (Mullen tiene 50 años y se le considera el padre de muchos trucos como precisamente el Imposible mientras que Schekler representa la nueva generación que hizo de la patineta un dildo para al talento, la carrera profesional y el ego, tuvo su propio reality en la Mtv) para contar no sólo la historia del instrumento, sino toda la cultura alrededor: música, grafiti, zapatos, pantalones, sudaderas, mochilas y el sincretismo pop en cada uno de los países en los que se ha arraigado, pues hay estilos propios ligados a la identidad de ciudades como Nueva York, San Francisco, la Ciudad de México, San Salvador o Sao Paulo. La investigación de Louison remonta hasta un par de siglos atrás. lo que aporta un documento histórico fascinante.
Rodney Mullen
Lousion rotula con un acento que emparenta el periodismo deportivo con el entusiasmo punk de los fanzines. El paroxismo en sus detalles al contar una ruta de skateboard es como una línea de serotonina que dan ganas de esnifar. Hace de voyeur en la intimidad de Mullen y Sheckler para desconfigurar a su vez a otra superestrella de la patineta: Tony Hawk, generando una inclemente aunque velada rivalidad entre sus tres elegidos y entre descripciones de los torneos de la ESPN con fondo de improvisación de jazz que recuerdan (toda proporción guardada) a las tensas expectativas de Norman Mailler (lean la vida de ese maniático) en El Combate.
¿Es The Impossible El Combate de Mailler pero con patinetas en lugar de guantes de boxeo? Averígüenlo ustedes.
Al final, terminé contestándole al ligue de la orgía que se me hacían más grotesco y patético esos gays cuarentones que insisten en sacar las coreografía de Dime que me amas de las Jeans, que tal cosa despertaría la homofobia hasta en Juan Gabriel, que en paz descanse.
Mientras dense un best of de Mullen y de Sheckler acá.