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Merchandising de culto: 30 años del Simpsons Sing the Blues

Merchandising de culto: 30 años del Simpsons Sing the Blues

Wenceslao Bruciaga 7 agosto, 2020

Sonará como un disparate, sobretodo entre los más jóvenes, que empezaron a reconocer a la familia amarilla con la temporada 20 y de ahí para adelante pero si, hubo una época en la que Los Simpsons no sólo fueron buenos. Eran, simplemente, geniales. La caricatura más rompemadres del momento. Y decir que fue la pionera en el rubro de la animación para adultos sería un cliché simplón, mercadotécnicamente cínico.

Muchos niños vieron en el primer y fundacional Bart Simpson, una inspiración de anarquismo entrañable que en cierto sentido, los entrenaría para plantarse en una sociedad tan enajenada como la gringa, donde Santa Claus es Dios y la humanidad se reduce a la gratificación de la ganancia. Dicha educación infantil se basaba en la comprensión, insolente pero emocional, del sarcasmo limítrofe. Los Simspons fueron una parodia de la clase media norteamericana tan inteligente, que las familias, padres e hijos, caían rendidos, conscientes o no, ante su espectro amarillo.

Se podría decir, sin margen de error, que las primeras siete temporadas de Los Simpsons fueron un éxtasis de asertividad ridícula y confrontativa. El hecho de que muchas de sus predicciones se hayan materializado (quizás el gag más tenebroso sea el caso de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos) no tiene que ver con con un don sobrenatural, sino con el simple pero agudo ojo de el equipo de escritores de la serie para detectar los huecos y vicios más reincidentes de los valores gringos que al final, terminan por moldear a una sociedad en el colmo de lo predecible.

Pero no olvidemos que a la par de la valiente sagacidad con la que se rompían paradigmas, Los Simpson surgieron como producto bruto de la salvaje industria del entretenimiento estadounidense. Por lo que su impacto no es exclusivo de la influencia cultural. A un año de su lanzamiento, es decir, en 1990, Los Simpsons eran un fenómeno que lo mismo protagonizaba el prime time de la siempre conservadora Fox (burlarse del patriotismo payaso y embustero en las narices de la cadena televisa ha sido quizá el logro que bañó en oro la reputación de Matt Groening) que las portadas de revistas de alto impacto como Time. Mientras que la otra parte de la fortuna provenía de las ventas del monstruoso merchandising que llegaba a tener intromisiones drásticas, como el llavero en forma de Bart Simpson que se convierte en una de las piezas centrales de esa cachondísima provocación soft porn llamada Bajos Instintos. (no esta, esta.)

Toda esa avalancha de merchandising alimentaba su divertida contradicción: hacerse millonarios criticando los sistemas que hacen millonarios a unos pocos, mientras el resto tiene que poner un diccionario en la pata del sofá de la sala, como en la casa de la familia de la avenida Evergreen, o Siempreviva, en su glorioso doblaje al español, quizás el mejor de todos. Según un reporte de la revista People de diciembre de 1990, tan sólo las camisetas con el estampado de Bart Simpson al frente generaban un millón de dólares a la semana. Con todo, Los Simpsons tienen derecho a ser millonarios por el simple hecho de que jamás podrán escapar del destino de su fracaso existencial.

Aún así, y concediendo el fetichismo que puede generar el merchandising (y la piratería) alrededor de un producto de entretenimiento, nada es más irritante cuando las caricaturas optan por sacar discos de sus famosos personajes, retacada de canciones interpretadas por los actores que le dan voz en la realidad animada.

“Fue James L. Brooks quien puso sobre la mesa la idea de hacer un disco con los personajes de Los Simpsons cantando, después de quedar conmovido con el resultado del capítulo Moaning Lisa (La depresión de Lisa en español latino)” dice Mike Reiss en su libro Springfield Confidential: Jokes, Secrets, and Outright Lies from a Lifetime Writing for The Simpsons, morboso y estupendo anecdotario lleno de datos nerds y chismes que se publicó a propósito de los 30 años de la serie.

En aquel capítulo, Lisa Simpson encuentra un remedio para su depresión crónica aparentemente inexplicable: tocar el sax y cantar blues oscuro con su nuevo mejor amigo, Encías Sangrantes Murphy, quién le suelta aquella contundente frase que, quién lo diría, se convertiría en una realidad de la dimensión humana: “El blues no es para que te sientas mejor, es que para que otros se sientan peor”. Algo que a menudo conseguía las primeras temporadas.

¿Y cómo deberían sentirse los fanáticos de la serie con un disco interpretado por las caricaturescas (valga la redundancia metafórica) y gangosas voces de Los Simpsons? El producto pudo haber terminado como el disco de rap de las Tortugas Ninja 1 y 2, quizás el ejemplo más ridículo e insoportable de generar dólares a lo pendejo en mod ruin. Pero el conceptualismo empezó a apoderarse del proyecto cuando el magnate disco David Geffen, el mismo que hizo de Nirvana el último gran fenómeno del siglo XX, se subió al entusiasmo. Como en todo despacho creativo, alguien fue con el chisme.

La depresión de lisa probablemente sea de los capítulos más emocionales y agridulces cuyo emotivo final es una minimalista pieza de blues callejero y desesperanzado. En un principio, el disco debía responder a ese .

De ahí el nombre que de la ocurrencia que se mantuvo hasta el final: The Simpsons sing the blues. La diferencia con el oportunismo del merchandising fue el mismo origen del disco. Gracias al tino de los guionistas, quienes se lanzaron a una concienzuda labor de escribir las letras de las canciones, sin maquinazos ni rimas y versos facilones. Es por eso que las canciones funcionan como un mecano tanto en canciones sueltas o como si fueran parte de un renegado musical dónde los Simpsons cantan desde la tripa de su personalidad.

Con la mano de Geffen, el disco fue cobrando una rítmica identidad propia que hizo del blues un sampler ubicado como punto de fuga. Se trataban de 10 tracks entrampados en los géneros que estaban de moda a principios de los 90, rap bailable y dance con efectos especiales, guiados por una actitud juguetona, liada a remates irónicos que redondeaban las absurdas necedades de sus personajes. Como era la serie en esos tiempos. Pero masterizados con una calidad elevadísima para ser considerada un simple producto de merchandising.

Los invitados a colaborar fueron una auténtica constelación de estrellas: Homero Simpson emulando el big band de Joe Cocker en Born Under a Bad Sign con el gigante B.B King en la guitarra. School Day, original de Chuck Berry, es Bart haciendo dúo con Buster Poindexter, uno de los seudónimos de David Johansen, si, el vocalista de la seminal banda protopunk The New York Dolls. En I love you smile, Marge y Homero cantan sobre el piano de la gigantesca leyenda de jazz, el pianista Dr. John. Y para Moanin’ Lisa Blues, Geffen se trajo al guitarrista de los Eagles, Joe Walsh, para que sostuviera los sentimientos de Lisa Simpson en lo que probablemente sea la canción de auténtico y duro blues puro de tode el disco. Los pasajes bailables y hiphoperos, fueron producidos por DJ Jazzy Jeff, la otra mitad del dúo DJ Jazzy Jeff & The Fresh Prince, a.k.a Will Smith, sobretodo en Do the Bartman, el sencillo más exitoso. Y eso por mencionar algunos.

The Simpsons sing the blues salió al mercado en noviembre de 1990. Vendió un millón de copias en su primera semana en tiendas. Pero las críticas patearon el disco hasta dejarlo moribundo y acusado de poco ingenioso y oportunista. Un regalo de navidad con la misma emoción superficial que un álbum de stand up de un cómico recién salido de la universidad en su mejor día.

Por supuesto que el oportunismo capitalista era uno de las voraces inspiraciones. Pero ahora que el primer disco de los Simpsons cumple 30 años, resulta convincente escuchar el cuidadoso empate que existe entre las chocarreras voces fieles a la trama televisiva, y la calidad de los involucrados en el álbum. Tal prodigio responde al hecho de la agilidad de los capítulos de aquel entonces. Y que hoy sería imposible por lo mediocre de sus diálogos. Prácticamente, Los Simpsons sobreviven hoy día gracias al forzado reciclaje de los éxitos y escándalos coyuntural que sólo conducen a tramas aburridas con nulas conclusiones propias. Los desastrosos abordajes del presente como Lady Gaga, la pose hipster o RuPaul Drag Race, dan la cansada sensación de subirse a los temas de moda sin un arriesgado punto de vista propio. Atrás quedaron los tiempos en que eran capaces de llevar la parodia a tal grado que bien pudieron generar spin off hilarantes de los Expedientes Secretos X por ejemplo.

Pero un época dónde un nuevo coronavirus es capaz de diluir el sentido del tiempo, tenemos la fortuna de recurrir a un disco que superó la prueba del tiempo, que suena increíble y mejor aún, logra arrancar sonrisas. Que nunca pasan de moda.

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